La droga ingresa al país desde el norte. Por la frontera con Bolivia pasan cargamentos de cocaína. Por la frontera con Paraguay acceden los que trasladan marihuana. Esta información recorrió todos los medios de prensa del país desde que la Corte Suprema de Justicia puso sobre el tapete un informe de los jueces federales de Salta, Jujuy y Tucumán, en el que pedían ayuda para enfrentar al narcotráfico. Y con semejantes datos, los traficantes aún no pueden parar de reírse. Por supuesto que los informes contienen otras pruebas, pero si así comenzamos, es de imaginar porque los reyes de este negocio les llevan años luz a los que pretenden combatirlos.
La discusión en Tucumán pasa por saber qué pretenden hacer en Tucumán. Desde hace años, los jueces federales dieron una orden taxativa: dejar de detener a consumidores de marihuana. Estas causas conllevaban más del 80% del trabajo de los policías. Por lo tanto, debían concentrarse en el accionar de los vendedores. Y allí, entonces, quienes deben comandar la lucha contra la venta de droga vieron que se enfrentaban con Medusa. No sólo porque el enemigo es casi inmortal, sino que cada vez que logran cortar uno de sus tentáculos, otro crece en el mismo lugar, y más fuerte que el anterior.
En Tucumán la venta de droga es un negocio netamente familiar. La llevan adelante todos los miembros que viven en la misma casa. Por eso, se sabe, cuándo se detiene a uno de los integrantes, otro toma su lugar. Y así el negocio nunca se termina. Y no sólo eso: cuando el detenido recupera la libertad, incluso luego de haber cumplido condena, retoma la misma actividad. La lucha, entonces, es infinita.
Cuando en otros lares se preguntan por qué no caen los verdaderos capos de la droga, en Tucumán la respuesta en sencilla: no hay. Los que venden funcionan como pequeñas PyME y jamás se enteran quién es la persona que maneja el negocio. No hay grandes bandas y no tienen poder de fuego. Los allanamientos se concretan sobre todo en casas precarias. Pequeños quioscos, para cuyos dueños la ganancia es exigua. Lo que sí hay son financistas. Pero tampoco jamás se llega a ellos. En la nebulosa, como ejemplo, el caso del bosnio al que encontraron en un galpón de Villa Mariano Moreno cocinando cocaína el 26 de noviembre de 2004. El hombre, al ser sorprendido y ante los policías, balbuceó un nombre pesado y muy conocido. Pero, a la hora de declarar en Tribunales, el acusado cuidó muy bien sus palabras y no se pudo (¿no se quiso?) avanzar.
Todos saben que en Tucumán la droga pasa hacia el sur por las principales rutas. Algo, una porción ínfima, queda en la provincia para el consumo interno. Eso también lo saben quienes investigan. Pero el control real es imposible. Los mismos jueces admiten que pasan cientos de kilos y se descubre menos del 10%. No hay escáneres para controlar el total de los vehículos que ingresa a Tucumán. Y aunque los hubiera, sería una operación titánica.
El verdadero problema de la cocaína, más allá de la salud de quiénes la consumen, es que potencia la peligrosidad de los delincuentes. Y esto repercute sobre todo en la cantidad de atracos que sufrimos los tucumanos. El mismo gobernador José Alperovich admite que no saben cómo detener el avance de los delincuentes. Que cuando detienen a un vendedor, aparecen otros dos. Entonces, la estrategia está errada. Si con el paso de los años descubrimos que la pelea está mal dada, ya es hora de cambiar los planes. Se sabe, a Medusa la decapitó Perseo utilizando, sobre todo, su inteligencia. Esperó el momento justo para atacarla. Pero para eso, tenía un plan. Algo que a nosotros aún nos falta.